Plantas de aquí o de allá. No las entiendo

Sonalys Borregales Blanco | 30 de julio de 2022

Llevo algunos meses cuidando plantas desde que me instalé en este país. El número ha ido creciendo conforme pasa el tiempo (empecé con dos y ahora son siete). Al ir por ellas, disfruté preguntando los nombres de las mismas plantas que tantas veces contemplé en mi país.

-¿Cuánto cuesta una Cala?, pregunté y tuve que señalar con la mano la planta de flor blanca, porque para la muchacha que atendía era una Zantedeschia-.

Cuando llegué al apartamento donde iba a vivir había una planta de hojas alargadas, color verde claro, que dejaba ver saliendo de la tierra una especie de cogollo. Estuvo a mi cargo desde entonces. 

Me pareció buena idea porque siempre me gustaron las plantas. Me serviría para responsabilizarme de alguien más que yo. Pero al cabo de varias semanas ya las hojas no eran verdes sino amarillas, casi marrones, y a decir verdad ya no había muchas señales de vida sana en ella.

Pasaron unas semanas más y la planta era solo el cogollo saliendo de la tierra. Pensé que así, sin darme cuenta, había acabado con la vida de ese ser que me fue encomendado. 

-¿Será que tiene frío?, pensé. Si yo estaba teniendo tanto frío esos días, quizá a ella le pasaba lo mismo.

-¿Será falta de sol? En esos días que llevaba en la ciudad me había dado cuenta de que el sol no era como el de la tierra en que nací. Aquí no te achicharras en un abrir y cerrar de ojos. Así que, si yo extrañaba un poco ese sol, quizá a ella le estaba pasando lo mismo. 

A lo mejor estaba recién trasplantada a ese matero, como yo en este nuevo país, y no se sentía aún cómoda en esa tierra.

Quizá estaba extrañando a esas otras plantitas que crecieron con ella o la voz de quien la sembró, regó y abonó por un tiempo. 

A mí me estaba pasando algo similar. Estaba rodeada de nuevas calles y las fachadas de los edificios, de nuevos olores y ruidos, de nuevas personas. Me hacían falta los que yo sentía de una u otra manera parecidos a mí. ¿Por qué una planta no puede sentirse así?

Traté de echarle más agua, acercarla a la ventana y alguna vez hasta le hablé, pero no conseguí hacer que su aspecto mejorara. Yo también trataba de aplacar la ansiedad que me generaba este cambio: hacía videollamadas a mis padres, escribiendo a mis amigos dondequiera que estuvieran, haciendo listas y planes sobre mi futuro, teniendo a la vista objetos que me resultaran familiares, como ese búho de cerámica que llevo conmigo desde que dejé la casa de mis padres.

La ansiedad es muy común en los migrantes, sin duda es el estado más frecuente en el que podemos estar, porque nos preocupan los que se quedaron, si vamos a tener un trabajo decente, si vamos a comer bien o tener un sitio estable para vivir. También nos da miedo el rechazo, la discriminación, xenofobia, hasta nos da miedo enfermarnos: ¿quién me cuidará si mis seres queridos están tan lejos?

Para eso es muy importante la empatía. Si alrededor de ti hay personas que te hacen sentir aceptado independientemente de tu nacionalidad, entonces es mucho más fácil controlar la ansiedad. Si entre todos nos cuidáramos, entonces migrar no sería tan difícil. 

¿Sentirán las plantas ansiedad? (No estoy desvariando, solo es curiosidad). Como la que estaba a mi cargo no parecía para nada bien, traté de consolarme con la excusa de que ya era muy difícil migrar y cuidar de mi misma como para además llevar a buen puerto su cuidado.

El matero estuvo unos días como espanto en la casa: de aquí para allá sin descanso. La planta ya no tenía futuro, pensé. Entonces, me pareció buena idea donar el recipiente al edificio y entregarlo así como estaba: con la arena seca y con el cogollo sobresaliendo como en una especie de recordatorio de que algo alguna vez vivió ahí. 

Sentí un alivio porque ya no tenía que ver más ese matero que era la evidencia reiterada de mi fracaso con las plantas. Me olvidé del asunto. Pero al cabo de unos días apareció de nuevo la maceta en el pasillo que da hacia mi apartamento, con una hermosa planta de hojas alargadas, de color verde intenso, con unas espigas que en la punta exhibían botones de flores de color coral. Era la planta, la que cuidé unas semanas, la que vi muriendo sin poder hacer nada efectivo, la que mostraba su cogollo desafiante saliendo de la tierra, la que regalé con todo y maceta creyendo que estaba muerta. 

Ahí sigue con sus bellas flores que no sabía que existían porque decidió mostrarlas cuando ya no era mía. Y qué bueno que ya no es mía porque así ella tiene la oportunidad de crecer, de florecer, de ser contemplada por su belleza... 

En tanto, yo decidí probar con otras plantas. Quizá unas de bajo mantenimiento, me dijo una amiga con experiencia en el asunto, pero yo terca me dejé llevar por la vista y decidí comprar una “garcita” con flores blancas y un “abrecaminos”. “Nada de sol directo”, dijo el que me las vendió. 

Las ubiqué en los lugares más vistosos de la casa y ahí llevan un tiempo junto a otras. Espero esta vez tener éxito: hay días buenos y otros no tanto, como en la migración. Ahí les iré contando cómo me va con el asunto. 

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Fotografía de Pixabay

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