No me gusta la poesía
Siempre he sentido cierto desprecio por la poesía; contra esa que es pretenciosa, que va pasando sin pisar el suelo de tierra, aséptica, porque los que la escriben se creen dioses frente a los demás mortales; porque quienes la leen parecen creerse una raza superior; porque si no te gusta la poesía, entonces, no tienes esa cualidad mágica y mística que te permite disfrutar lo bueno y lo bello. Si no te gusta la poesía eres solo un humano más entre los humanos, un ser sin gracia y desprovisto de sensibilidad.
Alguien me decía, de manera jocosa, que algunos creen que poesía es “rimar corazón con salchichón”. A mí no me gusta la poesía, repetía yo. No me gusta esa poesía que pretende pintar este mundo de colores que no tiene, de amores que no existen, de solidaridades que no son cotidianas.
No quiero que me digan que hay poetas buenos y poetas malos, no quiero que me expliquen que no todos son románticos ni que me ilustren con versos desconocidos. No quiero que me ayuden a ser más culta ni a dejar de lado algunos prejuicios sobre ella.
Yo no quiero acercarme a lo bueno ni a lo bello que es falso. Yo quiero quedarme entre lo simple y cercano, quiero aprender de esa poesía que se parece a la flor que crece de mi planta y a la mirada de mi perro justo antes de quedarse dormido con la tranquilidad de estar conmigo.
Me pregunto, ¿qué es lo que nos salva de la decepción de este mundo en guerra? Quizá sea la palabra llana, libre de poses; quizá esa sea la verdadera poesía. Quizá, al final de todo, no importa tanto la poesía, la palabra ni el sentimiento, sino lo que haces con eso.
Sonalys Borregales
28 de mayo de 2024