No voy a pedir perdón por dejar mi país
Sonalys Borregales Blanco
23 de mayo de 2025
Soy migrante venezolana y no voy a pedir perdón por eso. Hace casi cinco años salí de mi país: enferma de hambre, llena de rabia por tanta corrupción, angustiada por amenazas de gente que se cree por encima de la ley, asustada porque había una pandemia y sin saber cuál sería mi destino.
Fue muy difícil dejar el lugar que habité durante treinta años. Aún más difícil fue tomar la decisión, sobre todo por el peso de la idea de ser discriminada en Colombia por ser una venezolana pobre.
Lo que nunca imaginé fue que iba a ser víctima de discriminación por parte de los mismos venezolanos en este país. Así es. Como venezolana —porque soy migrante, pero no apátrida— tengo derechos a los que no voy a renunciar. Quienes parece que no tienen claro esto son los funcionarios del propio Gobierno de Venezuela y algunos venezolanos que han decidido quedarse en el país con la convicción de seguir luchando por él (respetable esto último, hay que reconocerlo).
La primera vez que fui al consulado de Venezuela en Colombia, apenas llegué a Bogotá, me di cuenta del trato que recibimos los “compatriotas”. Parados, en medio de la acera (o andén, como dicen acá), bajo una llovizna fría, estábamos nosotros en fila esperando atención. Las rejas del lugar estaban cerradas, y adentro había sillas vacías debajo de un toldo.
Nos tocó esperar ahí, bajo la lluvia, en plena calle, con todas las dudas posibles sobre los requerimientos consulares. Cuando apareció el funcionario público que supuestamente debía ayudarnos, fue como si se hubieran abierto las puertas del infierno. Se escuchaban los murmullos de la gente, que, como buenos venezolanos, hablaba entre sí, porque no hay límites para entablar conversaciones con extraños. Entre esos murmullos, irrumpían como rayos los gritos de ese hombre, que se dedicaba a humillar a quien se acercara: los hacía sentir idiotas, no merecedores de buen trato, traidores de la patria; subestimaba la capacidad de las personas para entender sus indicaciones, se aprovechaba de su posición de poder sobre esos pobres miserables que estaban allí para “suplicarle” su gestión en trámites inevitables. Esa vez no recibí el apoyo que necesitaba.
La segunda visita al consulado, casi tres años después, no fue más amable. De nuevo esperamos en la calle, hasta que salió el funcionario público con sus gritos, brindando información vaga, dudosa y de mala gana.
Hoy, otra vez, requiero con urgencia los servicios consulares de mi país. Y me siento como si estuviera esperando nuevamente en la calle, frente a esa enorme casa que representa un pedacito de Venezuela en Colombia.
Y es exactamente eso. Con dolor, he visto cómo algunos que siguen en Venezuela se atreven a pensar que nos fuimos porque odiamos lo nuestro, porque no queremos ayudar a construir un mejor país, porque no sentimos arraigo, porque hemos sido engañados, porque no somos responsables ni conscientes, porque no apoyamos al Gobierno y somos de derecha, porque somos “proyanquis”, capitalistas e imperialistas, porque apoyamos una intervención extranjera y las sanciones, porque no nos duele nada de lo que pase allá adentro.
Y como decidimos irnos, pretenden hacernos pagar por ello con cobros excesivamente altos para cada trámite consular; "porque si están afuera deben tener dinero", dicen.
Muchas veces he sentido temor de escribir sobre esto. ¿Debo yo callar ante el maltrato a los migrantes venezolanos por parte de otros venezolanos que, en su supuesta superioridad moral, nos juzgan desde sus prejuicios y convicciones? No me da la gana.
No niego que exista discriminación de colombianos hacia nosotros (como la hubo en Venezuela contra ellos y aún la hay), pero es profundamente vergonzoso reconocer que muchos venezolanos también nos tratan como ratas.
Y sí, me parece oportunista esa supuesta preocupación que de repente ha despertado en el Gobierno venezolano y en algunos connacionales, por los migrantes deportados desde EE.UU., cuando la violación de los derechos de estas personas han sido una constante, dentro y fuera de Venezuela. Me parece oportunista también considerando que las expresiones de recriminación y esta política de maltrato en sitios como el consulado en Bogotá se mantienen.